Vivencias efímeras - Relato ganador de un concurso literario

Era inevitable, aquellos recuerdos se agolparon en mi mente desde que la vi caer en el suelo de la ducha, dejándose llevar por la cálida corriente, que, a saber dónde la llevaría.
Entonces me puse a pensar. Pensaba en su vida.Desde que caía, perdiendo el adonis que puede llegar a producir la mirada de un galán, o el inocente baile que le ofrece un bebé al nacer, así dejando de estar amarrada a un adefesio de colores. Azul, como el mar. Verde, como un agrío kiwi. Ámbar, como una de las habitaciones del Palacio de la Catalina. Marrón, como el adicto café.
Tal vez, a veces se sienta venturosa de ser encontrada, porque al fin y al cabo, ese sería el comienzo idóneo de su primer viaje, y seguramente, no el último.
Posiblemente, si no es encontrada, podría sufrir una caída libre hasta el suelo, pero jamás dolorosa; con su diminuto peso su descenso sería como el de una pluma. O quién sabe, si la encuentran, en cuestión de segundos la sostendrán entre los dedos, pedirán un deseo que, sabe Dios si se cumpla o no, pero dichosa es de contener la esperanza de ese alma que confió en ella.Digamos que, de una manera u de otra, emprenda su camino.
Que una ráfaga de aire fresco la conduzca a algún lugar. Todo sería al azar. Puede haber acabado en un pastizal, de esos tan inmensos de Norteamérica, y nada más, y nada menos, que con vistas al cielo azul. Puede que haya navegado como el capitán Nemo; aquel que renunció a vivir en la sociedad, y que prefirió la mar. O, sin ser muy descabellados, en las calles de Pekín, en la que los comercios y las luces, no faltan ni en un solo rincón.

Tampoco es que todo se centre en su inmensa aventura. En su pasado, ha sido testigo de emociones variadas. Como dije antes, hasta un baile inocente le puede ofrecer un retoño. Pero una persona triste, le puede dar baños sin cesar, y una enamorada, hacerle hasta saltar.Esas sensaciones a veces, pueden durar toda su vida, o solo un pequeño periodo de tiempo, pero oye, son experiencias que se guarda para si misma, y que solo ella ha vivido.

Aún así volvamos a sus cautivadores viajes. Esos sin destino. Esos que no van a ninguna parte.
Sin una brújula que marque el norte o el sur. Puede caer en cualquier parte, y depender de un mísero dardo que es lanzado a una bola del mundo que gira y gira sin un descanso aparente.
Me pregunto si existirá un final definitivo para ella. A lo mejor es una trotamundos de por vida, y nadie se percate de su presencia. Que sea tan libre que pase por las aduanas sin tener que someterse a esos pesados controles una y otra vez. Me llega a dar envidia, porque no se gasta ni un duro.Aunque, pensándolo bien, la carga que conlleva el ser portadora de un deseo que no sabe si se cumplirá, le afecte gravemente... o no le afecte nada y viva la vida al limite haciendo puenting desde el puente del río Kawarau.

Y tras toda esta envidia que llego a sentir, me doy cuenta de lo que hablo.
Hablo de una pestaña, joder. Y el lío que me he montado por encontrarla en la ducha. Debería de ir a tomarme una tila y descansar.



Por supuesto, cerrando las pestañas.  



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