Acogido, ¿o desahuciado?

Se podría decir que sentenciaron su entrada en mi cuerpo, hacia mis 1825 días de vida, donde la consciencia del entorno comienza a ser notable en medio de unos valores que todavía se mantienen vírgenes de cualquier mal que se mantenga al acecho. Hay personas que le acogen sin saber el momento exacto, otras, desconocen su existencia, y algunos, o sabemos que está -sin actuar hacia ello- o le reconocemos como si hubiese nacido en nuestro interior... aunque hay quienes lo quieren desahuciar.
A mi parecer, pese a que vino del exterior, acomodándose durante años en mi alma, comencé a pensar que formaba parte de mi misma, y que buscar la manera de sacarlo, era una pérdida de tiempo. Hablo del nerviosísimo, de la rabia, de la tristeza, de la soledad, de la nostalgia, del rencor, de las ansias de producir daño al ajeno, de reivindicar cada acto en el que se nos clavaron puñales impregnados en veneno; aquello que lo engloba, y que se forma en un solo ser.
Hay momentos en los que llegué a pensar que el camino correcto era dejarle las riendas de mi cuerpo, mente y espíritu. Esos instantes, en los que me corría rabia por la sangre, en los que la venganza estaba presente en mi mente constantemente. Pero recordaba los actos que le mantienen bajo control, en un estado en el que no llega a desbordarse. Han habido veces que he pensado que esos mismos actos de benevolencia me han llevado a este punto, donde me di cuenta de su presencia, porque se tiende a pensar que son inútiles.
Aún así, considero que es cuestión de asimilar que yace, y que se mantendrá hasta nuestro último suspiro; que tal vez, sea necesario, porque, ¿quién no ha disfrutado de momentos de pecado, placer, y en especial, de locura? No hay que mantenerlo enjaulado, porque sería retener una parte de nosotros mismos que ya está afectando al alma, sino aceptarlo, y tener capacidad de controlarlo y gozarlo ante la adversidad.

Nuestros demonios.

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